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Las Brujas Catalanas | La Cacería de Brujas

Índice de artículos

La cacería de brujas comprende los siglos XIV al XVII, llegando a su máxima intensidad durante el siglo XVI y, sobre todo, la primera mitad del XVII. Hasta finales del siglo XV, las penas por brujería eran suaves, generalmente solo consistían en multas. Fue coincidente con la bula del Papa Inocencio VIII, y con la publicación en el año 1486 del Malleus Malleficarum o “Martillo de las Brujas”, escrito por los inquisidores dominicanos alemanes Heinrich Kramer (o Henri Institoris) y Jakob Sprenger, que comenzó la rueda de la muerte. La aparición de la imprenta ayudó a la difusión de este manual de inquisidores.

Los inquisidores, en su visión patriarcal, no podían aceptar que las mujeres tuviesen sabiduría o poder, por lo cual afirmaron que el poder de las brujas no era propio, sino que les provenía del acto sexual con el demonio. La perversión sexual de los inquisidores se manifestó al respecto en los procesos, en los cuales se materializaban sus propias fantasías sexuales con detalles obscenos, describiendo el acto sexual entre la bruja y el demonio. Cuando las mujeres actuaban de manera racional era porque actuaban como herramientas del demonio, ya que pertenecían a su clan. Este hecho podría hacer referencia a las redes que existían entre las mujeres y fue utilizada para que delatasen a sus vecinas, amigas, etc.

La brujería era considerada un “crimen exceptum”, es decir, un crimen especial, diferente a los otros. En el siglo XVI la diferencia entre brujas buenas (muchas de ellas sanadoras) y malas desapareció totalmente. Los inquisidores aseguraban que las buenas eran peores que las malas. A eso contribuyeron personajes como Jean Bodin, quien con su demonología ayudó a reavivar la cacería de brujas a finales del siglo XVI. Las brujas tenían menos derechos que cualquier otro inculpado y los juicios iban prácticamente siempre acompañados de torturas. La presunción era motivo suficiente para sentenciar a muerte. Los inquisidores le exigían a cada acusada otro nombre, el cual iniciaba una cadena de muerte y barbarie. Cualquiera podía denunciar, y una vez denunciada la primera bruja, se iniciaba la secuencia. Además, por este
“delito”, los inquisidores utilizaban a menores, particularmente mujeres jóvenes, a las que presionaban para atestiguar contra sus propias madres. Llegó un momento, hacia los comienzos del siglo XVII, en que las acusaciones se descontrolaron. Cualquiera podía ser acusado, hasta las mujeres de los oficiales e inquisidores, e incluso los acusadores mismos. La única manera de impedir esto fue detener todo el proceso. Así, las mismas autoridades que alimentaron la cadena de muerte, comenzaron a negar y desacreditar las acusaciones de brujería.

La magnitud de la matanza es difícil de determinar, dado el vacío que todavía existe en relación con el tema a pesar de los múltiples estudios existentes, la reticencia a aceptar algunas investigaciones realizadas por mujeres y la tendencia de los investigadores (hombres) a obviar la cuestión o a tratarla con un exceso de prudencia. Las estimaciones más conservadores apuntan a 200.000 personas ejecutadas durante este período.

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