Elisenda de Moncada - Sinopsis
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Elisenda era una mujer inteligente, culta y criteriosa. También era bonita pero eso no debía ser un valor que pesara demasiado cuando la eligieron como esposa del rey Jaime II. Sin dudas, fue mucho más relevante el linaje: sus padres pertenecían a una de las casas más antiguas de Catalunya. Su padre era el senescal Pedro II Ramon de Montcada i de Abarca, señor de la baronía de Aitona, y su madre era Elisenda de Pinós.
Mujer abnegada
La boda con el rey se celebró el día de Navidad de 1322. No debe haber sido una ceremonia especialmente lucida ya que Jame II tenía cincuenta y cinco años y había enviudado recientemente de su tercera esposa, María de Chipre (a quien de todas maneras quería repudiar porque no conseguían tener hijos), y Elisenda ya era una mujer madura de treinta años de edad. La pareja tampoco logró tener descendencia pero se llevaban bien. Ella aconsejaba a su marido en los asuntos del gobierno y, cuando Jaime se enfermó, la tuvo a su lado abnegadamente. El espíritu religioso fue muy importante para el matrimonio: Elisenda era una mujer muy piadosa y eso marcó los últimos años del rey y además los unió.
La primavera del año 1327 Jaime II pudo ver como uno de los sueños de su esposa se hacía realidad: la construcción de un monasterio de clarisas en Pedralbes. Y cuando el rey falleció, apenas unos meses después, Elisenda dejó el Palacio Real de Barcelona y se instaló por el resto de su vida en el palacete que había hecho levantar al costado de aquel monasterio. Allí se quedó treinta y siete años y dejó gran parte de sus bienes a la comunidad en un esfuerzo por asegurar la duración del monasterio en el tiempo.
Reina y monja
Y lo consiguió. Casi ochocientos años más tarde, el monasterio de Pedralbes sigue en pie y todavía viven allí clarisas. Como recuerdo del compromiso de la fundadora con la Corona y con la vida religiosa, a Elisenda de Moncada le construyeron un magnífico sepulcro gótico situado en la pared que separa la iglesia del claustro. A ambos lados de la pared, dos figuras yacientes distintas evocan sus dos almas: una que da a la iglesia, en la cual aparece fastuosamente vestida de reina, y otra, en el claustro, con hábito de monja clarisa.