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Las Brujas Catalanas | Cazadores de Brujas

Índice de artículos

El cazador de brujas era aquella persona, laica o religiosa, que perseguía e identificaba brujas, ya sea con métodos “científicos” o bien sobrenaturales, a cambio de una remuneración económica. La mayoría eran cazadores itinerantes y empleaban las técnicas descriptas en el libro titulado Malleus Maleficarum.

Durante el siglo XVI, Joan Malet fue, posiblemente, el primer cazador de brujas de Cataluña. Malet fue un moro nacido en Flix y fue amante de una bruja de Alcañiz. De ella aprendió el arte adivinatorio con el que acusó de brujería a dos mujeres de buena casa en Zaragoza. La gente de la ciudad lo expulsó sin contemplaciones. Años más tarde decidió usar su capacidad para detectar brujas con gente bastante más humilde de las comarcas tarragoninas, donde colaboró de manera decisiva en la oleada de ejecuciones de 1548-49. Malet actuó con la complicidad del inquisidor de Barcelona y consiguió notables beneficios económicos para ambas partes. Cuando las primeras hogueras de la inquisición quemaron unas mujeres en Barcelona, tuvo lugar la llegada de un “visitador general” (inspector) enviado desde Madrid por el Inquisidor General. El Inquisidor visitante Francisco Vaca absorbió todas las causas abiertas, degradó al inquisidor de Barcelona e hizo ejecutar a Joan Malet, acusado de seguidor del Diablo.

Durante la oleada del siglo XVII, Cataluña vio surgir otros cazadores de brujas como Joan Aliberc de Vic o Jaume Font, el Nuncio de Sallent. Pero seguramente el cazador de brujas más famoso de la época es Cosme Soler “Tarragó”, un herbolario nacido en la finca Tarragona de Rialb, en Urgell. Soler fue el instigador de diversos procesos contra doce mujeres de las comarcas de Lérida hacia el año 1616. Fue detenido por la Inquisición en 1617 y confesó su implicación en los juicios de Lérida. Fue liberado bajo la promesa de no volver a ejercer. Sin embargo, en los años siguientes fue el gran instigador de la mayoría de los procesos de la Cataluña Central. Se lo vio actuar en Sant Feliu Sasserra en 1618, frotando el hombro a diversas mujeres e identificando marcas diabólicas invisibles al ojo humano. “Tarragó” fue responsable indirecto de centenares de ejecuciones de mujeres, beneficiándose con cada una de las condenas que conseguía. Cuando la Inquisición y el Rey acabaron con las persecuciones se le perdió el rastro.

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